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La cuestión del bien en San Agustín de Hipona (página 2)




Enviado por Herwin Almeida



Partes: 1, 2, 3

Logrando así alcanzar una idea clara acerca del
concepto de bien, su naturaleza y su manera de influir en la obra
creadora, reconocer la existencia de un Sumo Bien que participa
su bondad a los entes creados por él mismo; pero
también conocer la manera en que Dios; Sumo Bien
actúa en el hombre y en toda su
creación.

A lo largo de la historia diversidad de autores han
asumido en gran medida la reflexión filosófica
sobre este tema del bien.

Sócrates (470- 399 a.C.) en su planteamiento
propone el estudio de dos problemas: uno el problema del saber y
el otro el problema del valor.

Para el caso de nuestra investigación, es preciso
detenernos a analizar un poco más el problema del valor en
el cual el lado material ocupa el primer puesto. Sócrates
trata de conocer qué es el bien en cuanto su contenido y
más concretamente el bien moral.

En su época el tema de lo moral fue muy estudiado
basándose en los conceptos de bueno?? de honradez y
virtud??? de felicidad??

El bien podía ser entendido en 3 direcciones: "1.
En el sentido de utilitarismo, como lo útil, lo conducente
o un fin, 2. En el sentido de hedonismo, como lo agradable lo
correspondiente a la inclinación o al placer, 3. En el
sentido de naturalismo, como la superioridad y dominio del
Señor"[1].

Continuando con nuestro recorrido por la historia
Platón (427- 348 a.C.) Comienza su filosofía
allí donde Sócrates termina; en el problema de la
esencia del bien. Retoma el problema del bien moral resaltando
algunos elementos de este como son: el saber, poder, verdad,
intensión.

Para determinar la naturaleza de este bien Platón
en su dialogo "Lisis", citado por Hirschberger, dice lo
siguiente:

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Aristóteles (348- 322 a. C.) por su parte tomando
la problemática del bien moral y su naturaleza indica
claramente que el placer no constituye un principio.

En contra del placer advierte que: "el que obra
rectamente conforme a la ley no hace el bien por amor al placer o
satisfacción que el buen obrar le proporciona, sino por
amor del mismo bien. La felicidad le viene al hombre por lo
demás, no precisamente cuando va interesadamente a caza de
ella sólo por amor de ella, sino cuando hace lo que es
justo"[2].

Para dar una definición más exacta de lo
bueno Aristóteles recurre a lo bello y más
precisamente tratando de aclarar desde ella el valor moral.
Aristóteles designa frecuentemente a lo bueno como lo
bello.

En este punto de nuestra visión del bien a
través de la historia, llegamos a San Agustín (354-
430.); centro de esta investigación. San Agustín en
su juventud fue seguidor del maniqueísmo, en el que
inicialmente le pareció hallar respuestas a sus dudas
sobre el mal (contrario al bien; ausencia de este) en el mundo.
Su pensamiento está marcado por dos grandes focos: el
neoplatonismo y el cristianismo.

En la teoría del conocimiento expuesta en contra
de los académicos o escépticos "sigue la
metáfora platónica del Bien y la luz, sostiene que
lo inteligible lo es porque está iluminado por una cierta
luz incorpórea, que identifica con Dios, ser inteligible
por excelencia que hace inteligibles todas las cosas. Dando un
sentido ontológico a la verdad la identifica con Dios"
[3]

Pero el desarrollo de su reflexión en torno a la
idea del bien la expresa en el corto Tratado sobre la
naturaleza del bien;
el cual esta dirigido en contra de los
maniqueos y en el que expone toda su doctrina sobre el bien, su
naturaleza y la influencia de este en el hombre y en el
mundo.

Para Santo Tomás de Aquino (1225- 1274), "el bien
es lo que todas las cosas apetecen"[4]. Pues todo
ente obra por un bien.

Todo aquello a lo que tiende una cosa está fuera
de sí, pero cuando la encuentra y la posee siente gran
satisfacción y descanso ya que es su propio fin; en otras
palabras, cuando una cosa carece de cierta perfección que
le es propia y que por su misma naturaleza tiende hacia ella al
hallarla descansa en sí mismo. Por lo que podemos expresar
junto con Santo Tomás, en su obra Suma contra
gentiles:
"el fin de cada cosa es su propia
perfección"[5]. Aunque la perfección
de todo ser no es otra cosa que su propio bien.

En conclusión, Santo Tomás dice que tanto
las cosas que conocen el fin como las que no lo conocen, se
ordenan al bien como su propio fin: "el fin de todas las cosas es
el bien"[6].

Para David Hume (1711- 1776): "La medida de todas las
cosas es el hombre, él decide lo bueno, lo bello y lo
verdadero; al menos, nada más allá de él
mismo se puede asegurar"[7]. Hume se propone
describirlo.

El conocimiento, es conocimiento humano, de un ser
más sensible que racional; sus decisiones morales se hacen
desde los sentimientos y se miden por la felicidad que pueden
promover. No sabemos cómo llegar a lo trascendente, a lo
metafísico (Dios, el alma, la Realidad); vivimos
encapsulados en nuestra subjetividad finita y
sensorial[8]

En este mundo la vida buena no coincide necesariamente
con la vida feliz. Kant (1724 -1804) no olvida la importancia de
la felicidad en la vida humana por lo que la introduce en el Sumo
Bien. "En el Sumo Bien se reúnen las dos aspiraciones
humanas fundamentales, la de la virtud y la de la
felicidad"[9]. Y Kant creerá que
ésta síntesis tiene que realizarse de alguna manera
para que tenga sentido la propia experiencia moral.

Como se ha visto en los párrafos anteriores, la
cuestión del bien en el pensamiento del hombre ha sido un
tema de gran interés a través de la historia, ha
sido tomada y reflexionada por diversidad de autores en
diversidad de épocas con contextos diferentes pero siempre
con un objetivo común conocer que es el bien, su
naturaleza y la manera como esta manifiesta en el hombre y toda
la creación. Cabe recalcar que aún queda mucho por
explorar, pero a lo largo de este trabajo investigativo se
profundizará el aporte que San Agustín hace en
torno a este problema.

En el capitulo primero de este trabajo
monográfico se hace un recorrido por la historia de la
humanidad, mostrando el problema desde un punto de vista
religioso, es decir; la manera en que el hombre a través
de la religión ha tratado de dar respuestas al problema
del bien y del mal; posteriormente se continua dicho recorrido en
el pensamiento de los grandes filósofos que anteceden y
enriquecen la reflexión agustiniana, reflejando este
problema no algo que solo interesa al hombre moderno, sino como
un problema que ha estado presente a lo largo de la historia de
la humanidad.

El capítulo segundo pretende dar a conocer, desde
la filosofía de San Agustín, la naturaleza del
bien, los modos como se ha entendido este problema; brindar un
concepto elaborado acerca de su significado, su procedencia y
clasificación; la jerarquización de los bienes en
el orden natural; el modo como estos bienes pueden corrompersen y
la consecuencia de dicha corrupción.

Y finalmente, en el capitulo tercero se enfatiza la
manera en que el bien actúa en el hombre y en el mundo;
haciendo un breve parangón entre el bien y el mal,
recalcando la procedencia y dependencia que tienen todos los
bienes de Dios. Concluye este capítulo desarrollando la
idea del pecado como alejamiento de Dios, y el demonio como causa
de dicho alejamiento; haciendo énfasis en lo que mueve al
hombre a obrar el bien o el mal, finalizando con la
oración que San Agustín eleva a Dios pidiendo la
conversión de los maniqueos y la de todos aquellos que no
ven en Dios la figura del padre misericordioso y la Bondad
Absoluta.

Que al leer y analizar, por medio de este
investigación bibliográfica, el desarrollo de la
concepción que el hombre ha tenido acerca de la naturaleza
del bien, logremos – al igual que San Agustín-
reconocer a Dios como el Bien Absoluto, del cual todas sus
criaturas dependemos y sin el cual somos sumisos al pecado;
llegando así a examinar nuestra vida, para determinar la
manera en que nos acercamos o alejamos de la Bondad que Dios nos
brinda y tomemos conciencia de la libertad que poseemos para
elegir entre el camino del bien o el camino del mal para nuestra
vida.

Antecedentes

Desde los inicios de la humanidad en el hombre se ha
hecho presente la cuestión del bien, que en ocasiones ha
sido punto de grandes discusiones, pues para muchos es un tema
que no se puede cerrar, debido a que sus concepciones son cada
vez más diversas. Además de esto, cabe resaltar que
este problema conlleva necesariamente a otros temas que se han
tratado a lo largo del desarrollo del pensamiento
humano.

Es así como nos adentramos en el problema del
bien a través de la historia, resaltando algunos elementos
que llevarán a reconocer en esta realidad una
cuestión a la cual el hombre esta sujeto en toda su
esencia.

En el libro del Génesis se refleja en gran medida
la concepción que el pueblo judío tenía
acerca de la bondad de Dios. En el capítulo primero de
este libro se describe toda la obra creadora de Dios, resaltando
como elemento esencial la presencia de Dios sobre las aguas y el
caos que conformaban la tierra. En este relato el libro muestra
la majestuosidad de Dios que crea las cosas de la nada pero con
un elemento esencia: La bondad, que por consiguiente es
transmitida por Dios único creador de ellas. "Dijo Dios:
-Que exista la luz. Y la luz existió. Vio Dios que la luz
era buena; y Dios separo la luz de las
tinieblas…"[10]. Esta bondad que se refleja
en el primer elemento creado por Dios –la luz- se ve
inmerso en toda su obra creada. Finalmente el libro nos revela la
creación del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios. "Y
dijo Dios: -Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que
ellos dominen los peces del mar, las aves del cielo, los animales
domésticos y todos los reptiles. Y creó Dios al
hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó,
varón y mujer los creó."[11]. De
aquí que se concluya que Dios crea al hombre y le da el
carácter de bueno pues ha sido creado por Él al
igual que todas las demás cosas existentes, que como se
dijo anteriormente llevan en su esencia esa bondad otorgada por
su Creador. El libro narra el final de toda la obra creada "Y vio
Dios todo lo que había hecho: y era muy
bueno."[12]. Esa bondad que Dios ve en su
creación puede asociarse con la perfección otorgada
por el creador a su creación o con el deseo del creador
que toda su obra creada sea buena y no reciba ninguna clase de
corrupción.

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En este fragmento bíblico se reconoce varios
elementos que pueden ayudar en la reflexión del bien en el
hombre. En primer lugar el relato deja ver claramente el bien
persistente en la creación de Dios (hombre y mujer) que
saben y cumplen los designios de Dios.

La serpiente era el animal más astuto de cuantos
el Señor Dios había creado; y entabló
conversación con la mujer: -¿Con que Dios les ha
dicho que no coman de ningún árbol del
jardín? La mujer contestó a la serpiente:
-¡No! Podemos comer de todos los árboles del
jardín; solamente del árbol que está en
medio del jardín nos ha prohibido Dios comer o tocarlo,
bajo pena de muerte[13]

Y en segundo lugar la astucia o el mal que se hace
presente en la obra creadora, poniendo a prueba esa bondad
otorgada por el creador. De esto se logra deducir la debilidad
humana por el mal y el querer del hombre por ser como Dios;
único conocedor de lo bueno y de lo malo. "¡No, nada
de pena de muerte! Lo que pasa es que Dios sabe que cuando
ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos
y serán como Dios, conocedores del bien y del
mal"[14].

Ahora, en este recorrido por el pensamiento humano,
acerca de la cuestión del bien, demos un salto y pasemos a
la antigua Grecia, más concretamente a Éfeso, en
donde hallamos a Heráclito (544- 484 a. C.); él en
sus planteamientos acerca del devenir de las cosas deja ver un
pequeño hilo conductor que muestra como fue su
concepción acera de la idea de bien, dice: "El devenir es
justamente una cierta tensión entre contrarios, y esa
tensión es la que pone en curso al movimiento. Es siempre
uno y lo mismo, lo vivo y lo muerto, despierto y dormido, joven y
viejo. Al cambiarse es aquello, y luego lo otro; y al cambiar de
nuevo, otra vez es esto"[15]. De aquí se
logra distinguir una realidad que afloran en el pensamiento y en
el actuar humano, el bien que se hace presente en el devenir, el
cual es progresivo y beneficioso; el devenir es necesario para la
transformación a través del movimiento.

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"Dios es el día y la noche, invierno y verano,
guerra y paz, sociedad y hambre; su ser cambia; como el fuego
que, a tenor de la especia que se mezcla con él, se le
denomina según este o aquel
perfume"[16].

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En contraposición al pensamiento de
Heráclito aparece Parménides con su pensamientos
acerca del Ser y el No- Ser; estos se podrían comparar con
el bien (ser) y el mal (no- ser). Al respecto Parménides
dice: "Se ha de pensar y decir siempre que sólo el ser es,
porque es ser; en cambio la nada no es"[17]. De lo
anterior se concluye que el ser propuesto por Parménides
es bueno.

Continuando con este recorrido por el pensamiento humano
para conocer un poco más a fondo el marco
histórico, conceptual y cognoscitivo de la idea del bien
que se hace presente en el pensar humano, es momento de
adentrarse a la filosofía propuesta por Sócrates
(479- 399 a.C.). Es bueno recalcar que Sócrates era un
hombre impulsado por su interior a buscar la verdad, y
dedicó toda su actividad a examinarse a sí mismo y
a los demás respecto al bien del alma, la justicia y la
virtud en general. Pensaba que la vida sin este tipo de
reflexiones no merecía ser vivida. "En el ambiente en que
se mueve Sócrates tiene que luchar entre dos concepciones
igualmente erróneas del bien moral: la utilidad y el
placer"[18]. En su planteamiento propone el
estudio de dos problemas: uno el problema del saber y el otro el
problema del valor.

En esta investigación es preciso detenerse a
analizar un poco más el problema del valor en el cual el
lado material ocupa el primer puesto. Sócrates trata de
conocer qué es el bien en cuanto su contenido y más
concretamente el bien moral. "Lo bueno es lo moralmente
útil, y todo el mundo busca la felicidad y la
utilidad"[19].

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El bien podía ser entendido en 3
direcciones[20]1. En el sentido de utilitarismo,
como lo útil, lo conducente o un fin, 2. En el sentido de
hedonismo, como lo agradable lo correspondiente a la
inclinación o al placer, 3. En el sentido de naturalismo,
como la superioridad y dominio del Señor. Sócrates
tiene que habérselas con el hedonismo. Hablando de lo
bueno como saber, podemos concluir de los diálogos
platónicos que el hombre debe ser sabio y prudente. "el
inteligente es sabio, el sabio es bueno".

Continuando con los planteamientos de su maestro
Sócrates la escuela megárica "intenta una
síntesis de eleatismo y socratismo. El ser inmóvil
e invariable de los eleáticos es para Euclides de Megara
(fundador de esta escuela 450- 380 a. C.) el bien, del que
continuamente ha estado hablando
Sócrates"[21]. De lo anterior se aprecia en
forma clara cómo el socratismo adquiere un giro
marcadísimo hacia la parte metafísica, dando de tal
forma los primeros pasos a esta investigación para
adentrarnos a conocer en Dios (según San Agustín)
el bien supremo o bondad absoluta.

Por su parte en dirección opuesta a esta escuela
gira la escuela cirenaica, cuyo punto de arranque está
dado por Aristipo de Cirene (435-355 a. C.). Tal escuela es
regida por el hedonismo. Mediante está posición los
cirenaicos proponían la búsqueda del valor en el
placer: "El valor hay que buscarlo exclusivamente en el placer,
concretamente en el placer que se percibe en la impresión
sensible"[22]. Esta posición propuesta en
la escuela cirenaica por Aristipo busca llegar a una
solución evidente del problema de la fundamentación
del valor. Y es aquí donde aparece su visión acerca
de lo bueno; "todo valor fundado especulativamente en ideas y
conceptos lo tiene él por dudoso e inseguro. Sólo
ofrece para él plena garantía el bien que
esté fundado y se perciba inmediatamente en una
experiencia inmediata. «Sólo lo experimentado por
nosotros como afección o pasión es evidente o
manifiesto»"[23]. Lo anterior deja de
manifiesto en Aristipo el bien como aquello que evidentemente
revele placer mediante experiencias inmediatas que sean cercanas
y más concretamente próximas al hombre
proporcionando bienestar, lo cual debe buscarse para el
fortalecimiento de la conducta y para aumentar de esta manera el
valor hacia las experiencias y las cosas, es decir, las cosas
tiene su valor (y este puede ser comparado con la bondad de las
cosas) en la medida en que proporcionan placer al hombre a
través de experiencias próximas y
concretas.

La filosofía de Sócrates tendrá
punto final en el problema de la esencia del bien. Y es
aquí donde Platón (427- 347 a.C.) comienza su
filosofía. Vale la pena recordar que el concepto de valor
era tan multiforme en aquel tiempo como lo es hoy en día.
Dicho término podía implicar múltiples
aspectos, un aspecto económico, técnico, vital,
estético, religioso y ético. En Platón
representaba un problema ético. Esta concepción es
vista por Platón gracias a los planteamientos de
Sócrates, puesto que en él había visto el
valor ético hecho vida y realidad práctica. Se
puede resumir, en pocas palabras, toda la base que
Sócrates había legado para lograr formular
teóricamente este problema ético en su consigna
vital: «Sé sabio y serás
bueno.»

Pero ahora debemos preguntarnos ¿en qué
consistía aquella sabiduría? ¿Simplemente en
el saber? Porque también los sofistas habían puesto
en sus planteamientos la esencia del valor humano en el saber y
el poder. Pero a diferencia de estos y como lo aclaran cada vez
más los exégetas históricos Sócrates
trata puramente del "Saber del bien"[24]. Pero
ahora aparece otro gran interrogante precisamente acerca de
qué cosa sea ese bien. Platón ve esta insuficiencia
de la respuesta socrática al problema de la esencia del
bien moral desde el comienzo. Esto se refleja en algunas de las
obras platónicas, en ellas rechaza positivamente la tesis
de que el solo saber y poder constituyan por sí mismo el
bien. "Más aún habría que decir,
según aquella tesis, que quien hace el mal a sabiendas es
mejor que quien hace involuntariamente, pues el primero demuestra
más saber que el último"[25]. Frente
a esta posición en "Hipias I 296d, se establece
con toda claridad esta afirmación: queda, por tanto,
excluido que saber y poder hayan de ser sin más buenos
siempre"[26]. De esta manera se logra apreciar a
grandes rasgos la manera en que Platón enfrente la
problemática moral a cerca del valor y por consiguiente de
aquello que es bueno.

Platón en el diálogo Lisis proporciona un
considerable avance en el problema de determinar la naturaleza de
ese bien y agrega un nuevo elemento que va a estar constituido
por la finalidad (a manera de intensión) de dicho
bien.

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De él dependen todos los demás valores que
puedan darse[27]

En lo anterior ha de apreciarse lo que Platón ha
querido poner de relieve con estas reflexiones de enorme
profundidad, es decir, el carácter de aprioridad del
valor. "Algo tiene valor, es bueno, si se nos presenta ya de
antemano con una nota interna y objetiva de valor, con poder para
solicitar y exigir nuestra estimación y nuestro
amor"[28].

Continuando con el pensamiento platónico acerca
del bien, en el diálogo El Convivio se muestra
que el bien posee también una relación con el
sujeto y sus inclinaciones.

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Haciendo énfasis en el amor del hombre por lo
bueno aparece esa relación en la cual el hombre es
pertenencia y brinda su amor como propio puesto que de cierta
forma este está en su naturaleza. Y es así como
aparece evidente en el hombre la noción de considerar como
bueno lo que nos hace felices. Es necesario clarificar que si se
hace aquí alusión a las necesidades y al
sentimiento de felicidad del sujeto, no significa por ello
ningún eudemonismo o hedonismo.

En este punto de la investigación aparece en el
convivio un elemento fundamental que ayudará
posteriormente a adentrarnos a la filosofía agustiniana; y
es que Platón en el convivio "no canoniza todo eros sino
sólo aquel eros que se prenda de aquello que participa en
algún modo de la belleza y bondad originarias ?? Monografias.comy que, merced a esa
participación, es también valioso y
bueno"[30]. Es tal vez este uno de los
planteamientos platónicos que más concuerda con la
filosofía agustiniana, puesto que San Agustín
adopta parte de este pensamiento cuando habla de la
iluminación en términos cristianos. Pero hay que
aclarar entonces que la belleza o bondad primera y originaria no
es valiosa porque nosotros la amemos, sino al revés,
nosotros la amamos y buscamos porque es valiosa.

Esta bondad o belleza primera es a priori respecto de
nosotros, siempre es, sin aumento y disminución, sin
límites y sin tener que fundarse en otro ser; como bien de
forma única, descansa en sí mismo y se basta. El
bien moral es absoluto.

Platón ya ha tratado el tema del bien, pero es en
la República donde se cuestiona en definitiva cuál
es el contenido del bien, llegando a la conclusión que no
puede decirse directamente en el contenido de la idea de
bien.

Solo recalcando la eficacia que el bien despliega se
puede entender su significado pero indirectamente. Para explicar
esto Platón se basa en la célebre
comparación de la idea del bien con el sol.

Como el sol en el reino del mundo visible da
visibilidad, vida y crecimiento a todas las cosas, así en
el reino de lo invisible la idea del bien es la causa de que todo
ser sea conocido y de que posea existencia y esencia. Todo lo que
es, lo es sólo en virtud de la idea del bien. Y la idea
misma del bien no sería ya ser, sino que estaría
más allá del ser, aventajando a todo en poder y en
dignidad. Esto nos lleva a pasar de un plano ético a un
plano metafísico.

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va a imprimir un sello propio a la metafísica
platónica, de forma que desde ahora el supremo principio
de ser, y derivadamente todo ser en general, ha de aparecer y de
considerarse como bueno[31]

Al respecto se dice: "desde que Platón
creó este mundo de las ideas, toda la «philosophia
perennis» ha admitido que Dios, creador del mundo, es
bueno, como también se admite juntamente que el ser como
tal es bueno"[32]. Aparece aquí
alusión a la iluminación al afirmar en Dios la suma
bondad pero hay que recordar que la filosofía griega no
tuvo una visión como la que posee el cristianismo de la
creación, por tanto Dios creador no hace referencia al
mismo Dios creador del Génesis; sino que este Dios se
manifiesta como el bien absoluto y que por tanto logra y comparte
por su misma bondad, el bien a los seres y por tanto, como se
dijo anteriormente el ser como tal es bueno.

A manera de conclusión se dice que será
bueno, "lo que cada cual apetece, y precisamente porque lo
apetece y porque aquieta su apetito es bueno"[33];
dejando a un lado el placer como posición central frente a
lo bueno. Y esta controversia en torno al placer y lo bueno se
aclara en el Filebo donde Platón se declara a favor de una
vida entreverada de placer y virtud, inteligencia y
pasión. "Pero el placer jamás será
convertido por Platón en principio de la
moralidad"[34]. Además se hace
aclaración al placer como forma de acompañamiento
al bien, no como principio de este.

Platón plantea tres razones por las cuales el
placer no se constituye en principio del bien: En primer lugar,
dice que "no es adecuado hacer de un sentimiento subjetivo,
momentáneo y sensible, el último criterio del
valor"[35].

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Esto lleva a pensar que también aquello que se
nos presenta como placer puede ser desagradable, ya que
también el dolor recorre una escala indefinida de
altibajos. Finalmente, "el placer pertenece al mundo del devenir,
pues consiste en una experimentar y sufrir
vivencial"[36]. Estas tres razones llevan a
concluir que "no todo lo que trae consigo placer es bueno, sino
que lo que es bueno trae también
placer"[37].

Aristóteles (383/384- 322 a. C.) cree que el bien
supremo del hombre es la felicidad. Ésta es la
máxima virtud. Pero a diferencia de su maestro
Platón, para quien el Bien es único, la felicidad
(o el bien en Platón) consiste en el ejercicio perfecto de
cada actividad propia del hombre. En este sentido, hay muchos
tipos de bien, unidos cada uno de ellos a una virtud distinta. Es
necesario partir de la experiencia propia y de los hechos para
alcanzar el máximo grado de perfección y virtud en
cualquier actividad. De este modo, se alcanza la felicidad o la
bondad, a la que se llega por muchos caminos.

Aristóteles será el primero en identificar
el bien con la felicidad. Puesto que el fin supremo de todos los
seres humanos es alcanzar la felicidad, será bueno todo
aquello que contribuya a dicho fin. Ahora bien,
¿qué se entiende por felicidad? ¿Cómo
conseguirla? Para Aristóteles, lo que caracteriza al
hombre es la razón, la cual le ha llevado al estudio a la
vida intelectual. Una vida buena para Aristóteles
será una vida dedicada al estudio. Ser feliz consiste en
autorrealizarse de esta manera, porque para él era lo
más propio del hombre, lo que le distinguía de
todas las demás criaturas. De este modo se logra una vida
buena o eudemonía. Una vida buena es una vida equilibrada
que no comete excesos de ningún tipo: "la virtud
está en el término medio".

Según el filósofo, toda actividad humana
tiende hacia algún fin (telos). El fin de la
actividad de un zapatero es hacer, producir un zapato bien hecho;
El fin de la medicina es procurar o restablecer la salud del
enfermo, etc. Se ve que los fines no son idénticos ya que
dependen de la actividad que se lleve a cabo para obtenerlos. Las
actividades tampoco son iguales. Aristóteles distingue
entre la praxis, que es una acción inmanente que
lleva en sí misma su propio fin, y la poiésis,
que es la producción de una obra exterior al sujeto
(agente) que la realiza.

Por ejemplo, el fin de la acción de construir una
estatua no es la propia producción de la estatua, sino la
estatua misma. Pero ésta, además, tiene un fin para
lo cual la estatua misma es un medio: conmemorar un hecho,
venerar a un dios, etc.

Así, se ve que unos fines se subordinan a otros,
existiendo una jerarquía entre ellos y en las actividades
que los producen. Por lo tanto, habrá que
determinar cual es el fin último del hombre al
que estarán subordinados los otros fines. Habrá que
buscar un fin que ya no sea medio para ningún otro
fin.

En la publicación del portal web e-torredebabel
acerca de la concepción aristotélica de felicidad
se refleja claramente como el bien supremo del hombre o como se
va a llamar más adelante la eudemonía:

Puesto que la felicidad (o placer) es aquello que
acompaña a la realización del fin propio de cada
ser vivo, la felicidad que le corresponde al hombre es la que le
sobreviene cuando realiza la actividad que le es más
propia y cuando la realiza de un modo perfecto; es más
propio del hombre el alma que el cuerpo por lo que la
felicidad humana tendrá que ver más con
la actividad del alma que con la del cuerpo; y de las
actividades del alma con aquella que corresponde a la parte
más típicamente humana, el alma intelectiva o
racional. Como en el alma intelectiva encontramos el
entendimiento o intelecto y la voluntad, y llamamos virtud a la
perfección de una disposición natural, la
felicidad más humana es la que corresponde a la vida
teorética o de conocimiento (por ello el hombre
más feliz es el filósofo, y lo es cuando su
razón se dirige al conocimiento de la realidad más
perfecta, Dios), y a la vida virtuosa. Finalmente, y desde un
punto de vista más realista, Aristóteles
también acepta que para ser feliz es necesaria una
cantidad moderada de bienes exteriores y afectos
humanos[38]

En resumen, Aristóteles hace consistir la
felicidad en la adquisición de la excelencia (virtud) del
carácter y de las facultades
intelectivas[39]

Y así lo indica el portal web e-torredebabel
haciendo referencia a la ética Nicómaco de
Aristóteles[40]Como, a lo que parece, hay
muchos fines, y podemos buscar algunos en vista de otros: por
ejemplo, la riqueza, la música, el arte de la flauta y, en
general, todos estos fines que pueden llamarse instrumentos, es
evidente que todos estos fines indistintamente no son perfectos y
definitivos por sí mismos. Pero el bien supremo debe ser
una cosa perfecta y definitiva. Por consiguiente, si existe una
sola y única cosa que sea definitiva y perfecta,
precisamente es el bien que buscamos; y si hay muchas cosas de
este género, la más definitiva entre ellas
será el bien. Mas en nuestro concepto, el bien, que debe
buscarse sólo por sí mismo, es más
definitivo que el que se busca en vista de otro bien; y el bien
que no debe buscarse nunca en vista de otro bien, es más
definitivo que estos bienes que se buscan a la vez por sí
mismos y a causa de este bien superior; en una palabra, lo
perfecto, lo definitivo, lo completo, es lo que es eternamente
apetecible en sí, y que no lo es jamás en vista de
un objeto distinto que él. He aquí precisamente el
carácter que parece tener la felicidad; la buscamos
siempre por ella y sólo por ella, y nunca con la mira de
otra cosa. Por el contrario, cuando buscamos los honores, el
placer, la ciencia, la virtud, bajo cualquier forma que sea,
deseamos sin duda todas estas ventajas por sí mismas;
puesto que, independientemente de toda otra consecuencia,
desearíamos realmente cada una de ellas; sin embargo,
nosotros las deseamos también con la mira de la felicidad,
porque creemos que todas estas diversas ventajas nos la pueden
asegurar; mientras que nadie puede desear la felicidad, ni con la
mira de estas ventajas, ni de una manera general en vista de
algo, sea lo que sea, distinto de la felicidad misma.

"Aristóteles presupone la unidad del fin y del
bien, no llegando a considerar en ningún momento la
posibilidad de un conflicto entre fines morales. Además,
su teleologismo identifica el fin al que algo tiende con
el bien, ya que el bien de algo es llevar a buen
término el fin que tiene que cumplir, la
realización de su esencia y de sus
potencialidades"[41].

Tiene que haber un fin último, querido por
sí mismo y que sea el fundamento de todos los
demás. Si esto no sucediera, y los fines siempre fueran
medios para otros fines, y así hasta el infinito, se
encontraría con la paradoja de que los fines son fines de
nada, lo cual les haría absurdos e innecesarios
(ineficaces). Y como, de hecho, hay fines, por lo tanto, debe
haber uno que sea fin en sí mismo y no sea medio para
ningún otro.

Este fin último o bien es la
felicidad (eudaimonía), y por eso, se dice que la
ética aristotélica es eudemonista, porque
considera que el fin (bien) último que persigue el
hombre es la felicidad. Ahora aparece el problema de definir
qué sea la felicidad y qué es lo que la procura.
Para unos, la felicidad se alcanza con riquezas; para otros
con honores y fama; otros muchos creen obtenerla a
través del placer.

Sin embargo, dice Aristóteles, todos estos no son
más que bienes externos que no son perseguidos
por sí mismos, sino por ser medios para alcanzar la
felicidad. Es ésta la única que se basta a
sí misma para ser: es autárquica y perfecta. Los
demás bienes externos se buscan porque pueden acercar
más a la felicidad, aunque su posesión no implica
que se sea feliz.

Tampoco esto significa que el bien sea trascendente al
hombre; es decir, que se trate de un Bien en sí, separado
de todos los bienes particulares. Aristóteles
rechazará la concepción platónica del Bien,
aquélla que ignora que sólo es posible realizar el
bien en situaciones concretas y particulares, y nunca iguales:
"Porque ni aun la salud en común no parece que considera
el médico, sino la salud del hombre, o por mejor decir la
de este particular hombre, pues en particular cura a cada
uno"[42]. Por lo tanto, pese a que no haya un
acuerdo entre los hombres acerca de qué proporciona la
felicidad como bien último del hombre, la ética ha
de dedicarse a dilucidar qué clases de bienes hay.
Según Aristóteles, pueden dividirse en tres
tipos:

1. bienes externos: riqueza, honores, fama,
poder

2. Bienes del cuerpo: salud, placer,
integridad

3. Bienes del alma: la contemplación, la
sabiduría

No por poseer riquezas garantizamos nuestra felicidad.
Tampoco solamente la consecución del placer nos hace
felices. Normalmente necesitamos algo más para serlo y en
eso nos distinguimos de los animales. Aunque estos bienes
particulares no basten, sin embargo ayudan. En esto
Aristóteles mantiene una postura moral bastante
desmitificada y realista: el bien no puede ser algo ilusorio e
inalcanzable. Sin ciertos bienes exteriores (salud, riqueza,
etc.) la felicidad será casi imposible de
alcanzar.

"Lo bueno y lo feliz coincidirán, pues, con lo
virtuoso. Bajo el nombre de virtud Aristóteles comprende
lo que designamos hoy con el hombre de
valores"[43]. Con lo anterior no se debe figurar a
Aristóteles como un fanático de los valores. La
eudemonía está constituida por los valores
éticos y espirituales; "pero para ser ésta perfecta
y completa, deberán añadirse a las internas
cualidades del hombre una serie de bienes exteriores. Tales
bienes son: noble nacimiento, plenitud y madurez de vida;
bienestar y ausencia de cuidados, exención del trabajo
servil que se ve necesitados a ejercitar por ejemplo los
artesanos y hombres de negocio; los hijos y la familia, amigos,
salud corporal, belleza, vida social y
cultura"[44]. El conjunto de bienes citados
anteriormente que conforman la felicidad son los que el hombre
debe esforzarse por conseguirlos.

Respecto a la duración y manifestación de
los bienes y valores a lo largo de la vida del hombre se puede
decir que "no es bueno y feliz el hombre que sólo por un
breve espacio de tiempo vive de aquel modo, sino cuando aquel
género de vida ha llegado a hacerse un estado duradero;
pues una golondrina no hace verano"[45]

Entonces ¿En qué consiste la felicidad
(eudemonía)?, al respecto Aristóteles "viene a
poner la esencia de la eudemonía, y con ello el principio
del bien moral, en la perfecta actuación del hombre
según su actividad específica"[46].
Si es el bien supremo, aquel que ya no es medio para
ningún otro fin, habrá que determinar en qué
consiste el bien para cada ser. 

El bien es el acto (energéia) propio de cada ser,
es decir; aquel que viene determinado por su propia esencia o
naturaleza. Y puesto que la naturaleza del hombre viene
determinada por la función específica de su alma,
el pensamiento, la felicidad consistirá fundamentalmente
en un bien del alma: la contemplación. El mayor bien
para un hombre será el pleno desarrollo de aquello que le
es más esencial: la inteligencia; la actividad
contemplativa. Será la virtud de
la sabiduría la que le procure al hombre la
verdadera felicidad, aunque deba conjugarla con otras virtudes y
con los bienes exteriores.

Evitando caer en un hedonismo Aristóteles
advierte claramente que el placer no es algo primario, no
constituye un principio. El placer desempeña
exclusivamente una función de acompañamiento. En
contra del placer advierte que:

El que obra rectamente conforme a la ley no hace el bien
por amor al placer o satisfacción que el buen obrar le
proporciona, sino por amor del mismo bien. La felicidad le viene
al hombre por lo demás, no precisamente cuando va
interesadamente a caza de ella sólo por amor de ella, sino
cuando hace lo que es justo. Así pues, hay que asentar
firmemente que a cada uno le cabe tanto de felicidad cuando posee
de virtud y sabiduría y con arreglo a ello ordena su
conducta. Apelo en prueba de ello y como testimonio a Dios, que
es feliz y dichosos no precisamente en virtud de bienes externos,
sino sólo y por sí mismo, pero no por la
condición de su naturaleza[47]

De lo anterior se abstrae la idea de que el hombre
alcanza su felicidad en la medida en que tenga amor por el bien,
sin necesidad de expresar el gozo a cambio, o un placer
prematuro, lo importante aquí es destacar la
condición de búsqueda de la felicidad a
través de un sentimiento que es el amor por el bien. Y
cuando se logré alcanzar este amor, la felicidad
llegará por añadidura, sin necesidad de una espera
muy larga.

Por otra parte la escuela estoa al referirse a cerca de
la eudemonía dice que el hombre encuentra su felicidad en
una vida conforme a la razón y a la ley; además al
igual que Aristóteles plantean la virtud como única
fuente de esta. Es en la virtud donde se busca y se encuentra la
autentica felicidad; y "la virtud es fidelidad a la ley,
conciencia del deber, señorío de sí y
abnegación, sostenido rigor y dureza contra sí
mismo"[48].

 

La escuela epicureista cuyo fundador es Epicuro de Samos
(341-270 a.C.) Pone su meta en la ética cuyo principio
gira entorno a la idea de que lo moralmente bueno consiste en "el
placer"[49]??El significado de la palabra bueno
para lo epicúreos se entiende en relación a lo que
tiene que ver con lo apetecido por los hombres.

"Por agradarnos una cosa y traernos placer la llamamos
buena; porque nos desagrada y nos acarrea molestias, la llamamos
mala"[50]. No es para él el principio
ético un bien objetivo en sí, sino que el placer
subjetivo se convierte en principio del bien. "el placer es el
principio y el fin de la vida
feliz"[51].

Los neoplatónicos: su fundador Plotino (204- 270
a.C.) para ellos "Solo el uno es el nombre que le cuadra a Dios, según
Plotino, y el uno en el sentido de negación de pluralidad
y juntamente en el sentido de lo primero. También lo llama
lo bueno absoluto.

Nada queda aquí de los enunciados hasta cierto
grado determinados que Aristóteles aplicaba al primer
principio"[52].

Des esta manera concluye este recorrido por la historia
del pensamiento humano acerca de la concepción del bien y
es así como se adentra en la profunda fuente de bondad y
conocimiento de bien que proporciona San Agustín, y es de
vital importancia la comprensión del pensamiento antiguo
para lograr capturar la esencia de los planteamientos propuestos
por este autor. Ya se ha hablado constantemente del bien y la
bondad y como actúa en la moral humana pero ahora nos
preguntamos ¿Qué es el bien?, ¿Cuál
es su naturaleza?

Naturaleza del
bien

2.1 ¿CÓMO SE HA ENTENDIDO EL
BIEN?

A lo largo de la historia el bien se ha entendido de
diversas maneras y con diferentes puntos de vista; las muchas
culturas han tratado durante siglos de brindar explicaciones
acerca de la presencia del bien en la vida, desarrollo del hombre
y del mundo que lo rodea, estas explicaciones no solo se han dado
en el orden filosófico sino también en orden
antropológico, mitológico, social,
científico, etc. Y como ya es conocido por medio del
capitulo anterior la cuestión del bien aparece en el
hombre como un problema, respecto a su búsqueda y su
alcance.

Pues bien, es el momento de conocer un poco acerca de la
naturaleza del bien y para ello es preciso iniciar definiendo el
término "bien", utilizando algunos textos bases:
según el Diccionario Teológico: "el bien Se refiere
a una cosa o a un estado de cosas (situaciones) de
carácter positivo en el mundo… Así pues,
este término indica algo que tiene que ver con un posible
cambio, tanto si éste acontece al agente como si
es provocado por
él"[53].

El bien puede referirse a un individuo o cosa en
particular, y por consiguiente tiene que ver con el cambio en dos
sentidos: si es dado al individuo o casa en particular o si por
el contrario este bien es producido por él.

De igual forma se puede afirmar del bien que es un
concepto fundamental en los diversos campos de estudio, pero en
particular en el filosófico; y en un sentido más
estricto en la ética, basándose necesariamente con
las acciones y decisiones humanas, pero también con los
fines, objetivos mediatos o inmediatos que con estas decisiones
se persigue alcanzar.

Pero necesariamente también se habla de bien en
la existencia (problemática) o sentido de lo bueno, en
sí mismo o de un Sumo Bien. Todo hombre, busca de un modo
u otro el bien, pero la discusión está en
determinar en ¿qué consiste?

Al igual "se ha hablado a veces de "el bien"-
también con mayúscula: "el Bien"- como si esta
expresión designara alguna realidad o algún valor.
Cuando tal realidad o valor son considerados absolutos, se habla
del Sumo Bien, summum
bonum
"[54].

Se reflejan dos nociones diferentes pero fundamentales a
la hora de comprender un poco más a fondo el concepto de
bien: primero haciendo énfasis a el bien material, es
decir una determinada posesión y luego el bien moral, un
valor que se de o se obtenga debido a un comportamiento
determinado en la conducta humana.

Al hablar de Sumo Bien nos referimos a lo que San
Agustín[55]ha denominado en el tratado
Sobre la naturaleza del bien como Dios, diciendo que
Él es el supremo e infinito bien, sobre el cual no hay
otro; caracterizando dicho bien como inmutable y, por lo tanto,
esencialmente eterno e inmortal.

Pero de igual forma el concepto de bien es usado "para
designar alguna cosa valiosa, como cuando se habla de «un
bien» o de «bienes»"[56].
Aquí aparece como un valor, es decir, una posesión;
dando ejemplos más concretos podemos hablar de
«bienes» como: una casa, un automóvil, una
camisa, etc.

Pero entonces también se puede hablar de bien,
"para indicar que algo es como es debido"[57],
encontrando ejemplos como: "esta casa está bien",
"Tomás hace las cosas bien".

Relativo al concepto de bien aparece "la bondad", cuando
con esta palabra se quiere expresar de una manera abstracta toda
cualidad buena, o cuando se trata de indicar que algo es como
debería ser. A manera de apreciación se puede decir
que los conceptos el "Bien", "la bondad", y "lo bueno" se usan a
menudo como sinónimos.

En el Diccionario de la Lengua
Española[58]se designa el bien como aquello
que es útil, bueno y agradable. La bondad como cualidad de
bueno y natural inclinación a hacer el bien. Y lo bueno
como aquello útil, beneficioso o agradable.

Por otra parte hay quienes dicen que para comprender
mejor el significado del concepto de bueno o bondad es necesario
contraponer a estos los conceptos de mal o maldad. El mal se
contrapone al bien, por tanto, la maldad a la bondad.

Es muy importante hacer la distinción entre el
sentido moral y el no moral de "bueno", en la frase «hemos
llevado a cabo una buena acción» el bien que
aquí se refleja debe entenderse como moralmente bueno; por
el contrario, en la afirmación «esta fruta es
buena» lo bueno se refleja en un sentido no moral. Entonces
podemos decir, que Bueno se refiere a una cualidad propia de
aquello que se habla.

Cuando se refiere al bien moral, este hace
énfasis al valor positivo de la acción realizada,
es decir, la naturaleza de la acción. Mientras que en el
bien no moral se habla de bien como cualidad o
característica; en otras palabras el bien como atributo en
la esencia misma del ser. Se podría de igual modo
considerar que si algo es bueno lo es porque participa de
algún modo de la bondad, o del Bien.

2.2 ¿QUÉ ES EL BIEN?

En el breve Tratado sobre la naturaleza del
bien
, San Agustín hace una exposición de
argumentos en contra de la doctrina maniquea, uno de ellos dice:
"Dios es el supremo e infinito bien, sobre el cual no hay otro:
es el bien inmutable y, por tanto, esencialmente eterno e
inmortal. Todos los demás bienes naturales tienen en
él su origen, pero no son de su misma
naturaleza"[59].

Es así como podemos afirmar que para San
Agustín el bien no es otra cosa que Dios, que es el
supremo bien, el bien por excelencia y no hay otro fuera de
Él. De este Sumo Bien proceden todos los demás
bienes, es decir este Bien Supremo que es Dios comparte su bondad
a las cosas pero como bien aclara San Agustín estos otros
bienes proceden de él pero no tienen su misma naturaleza,
"lo que es de la misma naturaleza que él no puede ser
más que él mismo"[60].

Además vale aclarar como lo dice el mismo
Agustín que solo el Dios que es Sumo Bien es inmutable y
por tanto todas las demás cosas que el creo de la nada
están sometidas al cambio y la mutabilidad.

San Agustín exalta la grandeza de Dios diciendo
que "es tan omnipotente, que de la nada, es decir, de lo que no
tiene ser, puede crear bienes grandes y pequeños,
celestiales y terrestres, espirituales y
corporales"[61].

Entonces, si Dios es Sumo Bien y Creador; de la misma
manera debe ser justo. Por eso en el orden de la creación
aquellas cosas que hizo de la nada no las igualó a
aquellas que engendró de su propia naturaleza. De
ahí que todos los bienes concretos existentes
particulares, grandes y pequeños; cualquiera que se su
grado en la escala de los seres, tienen y deben tener en Dios su
principio y su causa eficiente.

San Agustín afirma que "toda naturaleza, en
sí misma considerada, es siempre un bien: no puede
provenir más que del supremo y verdadero Dios, porque
todos los bienes, los que por su excelencia se aproximan al Sumo
Bien y los que por su simplicidad se alejan de él, todos
tienen su principio en el Bien
Supremo"[62].

Toda la naturaleza, por ser acto creado por Dios, es en
sí misma buena puesto que Él es el Supremo Bien;
además, en el orden de lo creado se capta un escala de
grados de bondad, porque algunos bienes se aproximan más a
Él y otros por ser más simples se alejan; en
sí todos los bienes provienen de un bien que lo abarca
todo y que es plenitud de bondad.

Ahora bien, si se hace memoria a la educación que
un niño puede recibir por parte de sus padres acerca de si
Dios es o no bueno; se puede afirmar de igual modo con San
Agustín: "Siendo Dios bueno, como tú sabes o crees
– y ciertamente no es lícito creer lo contrario-, es
claro que no puede hacer el mal"[63].

Esta aclaración se convierte entonces en punto de
partida para comprender mayor la naturaleza del bien, siendo
así que Dios en su esencia es eterna y perfectamente
bueno; supremo e infinito bien, de este modo queda claro y
resuelto la cuestión si Dios es el autor del
mal.

Al respecto se logra dar otra caracterización a
ese Bien Supremo que como se ha dicho es Dios; siendo de igual
forma justo y como dice San Agustín: Dios premia a los
buenos y también castiga a los malos.

Necesariamente San Agustín al referirse al bien
va a referirse a Dios y como lo aclara en el tratado sobre la
naturaleza del bien[64]nosotros los cristianos
católicos adoramos y veneramos al único Dios
Verdadero del cual proceden todos los bienes, grandes y
pequeños.

Dios es el principio de todo modo, grande o
pequeño, de toda belleza grande o pequeña y e todo
orden grande o pequeño.

Y es así como San Agustín da una serie de
características para referirse a una cosa como mejor o
buena, diciendo que todas las cosas son tanto mejores en cuanto
son más moderadas, hermosas y ordenas; por el contrario,
para referirse a aquellas que tengan bondad en menor grado, dice
en cuanto posean menor moderación, menor hermosura y menor
orden, estas son menos buenas.

Ahora bien, si se hace énfasis a los
términos de modo, belleza y orden es necesario conocer en
primer lugar su significado.

Respecto al modo el diccionario de filosofía da a
conocer diferentes significados en los cuales puede girar este
término:

Modo: Con éste término se ha entendido las
diferentes formas de ser del predicado, las determinaciones no
necesarias (o no incluidas en la definición de una cosa);
las formas, las especies, los aspectos, las determinaciones
particulares de una objeto cualquiera y la especificación
de las figuras del silogismo conforme a la cualidad y a la
cantidad de las permias[65]

De la belleza o lo bello encontramos que "es lo que
causa placer y agrado; lo bello es un atributo inmanente en las
cosas; lo bello es una apariencia; lo bello es una realidad
absoluta; lo bello es casi una especie del bien y se funda en la
perfección"[66].

Finalmente hablando del significado de la palabra orden
el diccionario de filosofía nos dice que "para
Aristóteles es una de las formas o clases de la medida. Es
una determinada relación recíproca de las partes:
relatio partium ad invicem"[67]. Pero
también se hace la distinción de la palabra para
San Agustín diciendo que "es el atributo que hace que lo
creado por Dios sea bueno. Dios ha creado las cosas según
forma, medida y orden. Es perfección. Es la
subordinación de lo inferior a lo superior, de lo creado
al Creador"[68].

2.2.1 Procedencia del Bien

Iniciemos diciendo que todo ser mudable es
necesariamente susceptible de perfección o forma. Al
respecto San Agustín dice: "Así como llamamos
mudable a lo que puede cambiarse, así llamaría yo
formable lo que es capaz de recibir una nueva
forma"[69]. Pero como ningún ser puede
formarse así mismo, porque ningún ser puede darse a
sí mismo lo no tiene, es por tanto necesario, para llegar
a tener forma, que le preceda un ser formado.

Por lo cual, si algún ser tiene ya su forma, no
tiene necesidad de recibir lo que ya posee, y pero si por el
contrario no tiene forma, no puede recibir de sí mismo lo
no tiene. Como ya se dijo ningún ser puede, pues, formarse
a si mismo.

Para referirse a que el cuerpo y el alma reciben su
forma de otra forma inconmutable y siempre permanente, San
Agustín cita aquel pasaje de la escritura: "Tú los
cambiaras y se cambiarán; mas tú siempre permaneces
el mismo y tus años no
fenecerán"[70]. Y advierte que la
providencia gobierna todas las cosas.

Ahora bien, si a todo lo que existe se le priva
absolutamente de forma; dejaría de existir. Como todas las
cosas que existen tienen forma y por ello pueden ocupar el lugar
que les corresponde en el orden de la creación, es
evidente que en ellas existe la providencia, por lo tanto si ella
no existiese; tampoco podrían existir las
cosas.

San Agustín respecto a la procedencia de los
bienes advierte: "Pero si tú, además de los seres
que existen y no viven, y de los que existen y viven, pero que no
entienden, y de los que existen, viven y entiende, encuentras
algún otro género de criaturas, entonces no dudes
decir que existe algún otro bien que no procede de
Dios"[71]. Deja claro entonces la existencia de
varios tipos de criaturas y que todas ellas proceden de
Dios.

Pero entonces, San Agustín elabora una
clasificación en relación a estos tres
géneros de seres antes mencionados:

Estos tres géneros podemos agruparlos en dos
categorías con estos dos nombres, a saber, cuerpo y vida;
porque a los seres que viven, pero que no entienden, como son los
animales, y los que entienden, como son los hombres, podemos muy
bien denominarlos con la palabra vida. Ahora bien, estas dos
cosas, el cuerpo y la vida, donados a las criaturas (pues el
mismo Creador se llama vida, y vida por excelencia), estas
criaturas, digo el cuerpo y la vida por lo mismo que son
formables, como acabamos de verlo poca antes, y por el hecho de
que, si totalmente perdieran su forma, quedarían reducidas
a la nada, prueban suficientemente que subsisten por aquella
forma, que siempre es idéntica a sí
misma[72]

Por consiguiente, cualesquiera bienes, grandes o
pequeños, no pueden proceder sino de Dios. Cualquier
forma, aún la más imperfecta, que resta en
cualquier ser mudable y frágil procede de aquella forma
que desconoce la mutabilidad y la debilidad; que no permite que
los mismos movimientos de los seres que progresan, o de los que
retroceden la perjudiquen. Es por eso que toda perfección
que encontremos en dichos bienes (criaturas) debe ser referida y
alabada a Dios mismo que es el Creador y del cual proceden dichos
bienes.

2.2.2 Clasificación de los
Bienes

San Agustín clasifica los bienes en tres grupos:
grandes, pequeños y medianos. Hay pues, bienes grandes;
más conviene recordar que no sólo los grandes
bienes, sino también aquellos más pequeños
pueden provenir sino de aquel de quien procede todo bien, que es
el mismo Dios.

Para San Agustín[73]las virtudes,
por las cuales se vive rectamente, pertenecen a la
categoría de los grandes bienes; las diversas especies de
cuerpos, sin los cuales se puede vivir rectamente, cuentan entre
los bienes mínimos, y las potencias del alma, sin las
cuales no se puede vivir rectamente, son los bienes
intermedios.

Respecto de las virtudes señala que de ellas
nadie usa mal; de los demás bienes; es decir, de los
intermedios y de los inferiores cualquiera puede no sólo
usar bien, sino también abusar.

Pero aclara: "de las virtudes nadie abusa, porque la
función propia de la virtud es precisamente el hacer buen
uso de aquellas cosas de las cuales podemos abusar; pero nadie
que usa bien abusa"[74].

Por la libertad e infinita Bondad de Dios no solo se nos
ha otorgado los grande bienes, sino también los medianos y
los pequeños, pero aclara San Agustín "a esta
bondad debemos alabar más por los bienes grandes que por
los medianos y más por los medianos que por los
pequeños; pero también por todos puesto que nos los
dio y en gran medida"[75].

La libertad que usamos para elegir entre los diversos
bienes que existen, la que usamos para optar por el camino del
bien o del mal, es uno de esos bienes que Dios ha puesto a
disposición de sus criaturas, junto con otros bienes como
la memoria, la razón, etc. Dichos bienes se contiene en
sí; por ejemplo, necesitamos de la memoria para recordar
que tenemos memoria y por ella recordamos aquellas cosas que
hemos olvidado.

En lo posible el hombre que hace buen uso de la voluntad
(que es un bien intermedio) junto con la verdad, que es una de
las grandes virtudes que el hombre más anhela; posee
entonces una vida bienaventurada y esta a su vez hace parte de
los grandes bienes, junto con la sabiduría y la verdad y
así son comunes a todos los hombres.

Pero hay que aclarar; el hombre que posea tal vida
bienaventurada no puede hacer bienaventurado de igual forma a
otro hombre; puesto que si esto fuera así, este hombre
debería copiar sus mismas virtudes; y por el hecho de ser
criaturas diversas no las pueden poseer en el mismo grado. Cada
hombre tiene libertad propia para escoger las virtudes necesarias
para alcanzar la bienaventurada vida y esta no puede ser
transmitida ni prestada a otro como se presta por ejemplo, una
prenda de vestir.

2.2.3 Bienes Generales

Para San Agustín estas tres cosas: el modo, la
belleza y el orden son los bienes generales, que se encuentran en
todos los seres creados por Dios, lo mismo en los espirituales
como en los corporales. De lo anterior se puede afirmar que Dios
está entonces sobre todo modo de sus criaturas, sobre toda
belleza y sobre todo orden de estas; puesto que Él es su
creador y estas cosas se encuentran en Dios en plenitud y
perfección absoluta porque como ya se ha dicho; Él
es el Bien Supremo y perfecto.

Esta superioridad respecto a la criatura; vale aclarar,
en Dios no es una superioridad local o pasajera sino que posee un
poder inefable y divino, porque de Dios procede todo modo, toda
belleza y todo orden.

Siendo así que donde se encuentran estas tres
cosas en alto grado de perfección; allí hay grandes
bienes, donde la perfección de estas tres propiedades es
inferior, se trata pues de bienes inferiores; y donde faltan
estos tres grados o bienes generales; sencillamente no hay
ningún bien.

Al respecto de la grandeza de estos tres grados;
añade San Agustín: "De la misma manera donde estas
tres cosas son grandes, grandes son las naturalezas; donde son
pequeñas, pequeñas o menguadas son también
las naturalezas, y donde no existen, no existe tampoco la
naturaleza"[76]. Concluyendo así que toda
naturaleza es buena dependiendo; claro está, del valor que
posee en ella los grados de modo, forma y ordeno; siendo
así que existen naturalezas grandes o superiores y
naturalezas pequeñas o inferiores.

Pero como es claro en esta investigación existe
un contario al bien, este es el mal; que San Agustín
define como la ausencia de todo bien o como lo hace hablando de
estos tres grados; "el mal no es otra cosa que la
corrupción del modo, de la belleza y del orden
naturales"[77].

Siendo entonces el mal la corrupción de los tres
grados del orden natural; la naturaleza mala es pues, la que
está corrompida, porque la que no está corrompida
posee los tres grados de modo, belleza y orden intactos; es
decir, no está corrompida, es buena. Pero aún
así- hay que aclarar- aunque la naturaleza esté
corrompida es buena; en cuanto es naturaleza y en cuanto que
está corrompida es mala.

2.3 JERARQUIZACIÓN DE LA NATURALEZA DE LOS
BIENES

Para lograr comprender mejor la idea que se maneja en la
jerarquía de los bienes superiores o inferiores partamos
del siguiente ejemplo: en la mentalidad de los hombres es
más apreciado el oro aunque esté algo deteriorado
que la misma plata, aún cuando esta sea perfecta y no
esté deteriorada, y en relación con la plata es
más estimada la plata deteriorada por el tiempo o
cualquier otro factor que el plomo pulido y perfecto.

En estos tres elementos; oro, plata y plomo se hacen
presentes como en cualquier bien, los tres elementos estudiados
anteriormente; modo, belleza y orden. Siendo así que su
naturaleza y su grado de valor está regido por el grado de
presencia mayor o menor de los bienes generales.

Así sucede como lo indica San Agustín que
"una naturaleza que ha sido ordenado con mayor perfección
en cuanto al modo y a la belleza naturales, aún estando
corrompida, sea mejor que otra incorrupta, pero de orden inferior
por su modo y su belleza"[78]. Es así como
ocurre en el ejemplo ya citado que por razón de la
cualidad que va unida la presencia exterior, que el oro
desgastado es mucho más apreciado por los hombres que la
plata perfectamente pulida.

Del mismo modo cualquier espíritu, aunque
esté corrompido o viciado, es superior a cualquier cuerpo,
aunque este no haya sufrido corrupción alguna; esto dada
su condición en grado de valor de ser naturaleza que da la
vida a un ser corporal, en relación al cuerpo que la
recibe. Quedando así determinado que un espíritu
aunque esté corrupto posee mayor grado de bondad en
relación a una naturaleza corporal que este libre de
corrupción puesto que la primera naturaleza cuenta con la
virtud de dar vida a una naturaleza corporal.

2.3.1 CORRUPCIÓN DE LAS
NATURALEZAS

En la jerarquización de los bienes ya se ha
tomado el tema de la corrupción de las naturalezas pero es
necesario aclarar que existe una naturaleza incorruptible que es
el Sumo Bien y la naturaleza que puede corromperse deber ser un
bien relativo.

Siendo que Dios es el Sumo Bien; por lo tanto eterno,
perfecto e incorruptible, puesto que en Él se encuentran
en plenitud el orden, la belleza y le modo y teniendo presente
que la corrupción no es más que la
destrucción de algunos de estos bienes generales- porque
si se diera destrucción total de ellas toda naturaleza se
acabaría ya que estos elementos de modo, belleza y orden
la constituyen- entonces queda claro que la única
naturaleza que es esencialmente incorruptible es Dios.

Por el contrario, aquella naturaleza que está
sujeta a la corrupción es un bien imperfecto, o como lo
llama San Agustín[79]"relativo", ya que la
corrupción no puede dañarle más que
suprimiendo o disminuyendo la nota o el carácter de bondad
que hay en ella.

Pero como lo aclara San Agustín en el Capitulo
Séptimo del Tratado sobre la naturaleza del
bien[80]Dios Sumo Bien conceda a sus criaturas
más excelentes la opción de mantenerse inmunes a la
corrupción- (estas criaturas son los espíritus
racionales)-, es decir, si conservan su obediencia al
Señor su Dios permanecerán unidas a su belleza y
bondad incorruptibles: pero si no quieren voluntariamente
permanecer sumisos a Él, sencillamente caerán en la
corrupción y estarán sujetos a las garras del
pecado, es decir, del mal.

Toda naturaleza corruptible, en cuanto que ha recibido
de Dios su ser, es naturaleza, pero no serían corruptibles
si hubieran sido formadas de Él porque serían lo
que es Dios mismo.

Por lo tanto; aclara San Agustín, "ninguna cosa
puede damnificar a Dios en manera alguna, ni se puede perjudicar
injustamente a cualquier otra naturaleza sometida a
Dios"[81].

2.4 EL CASTIGO

Debe ser claro para nosotros que Dios es un bien tan
grande, que todo gira en beneficios para quien no se separa de
Él, ganando de esa manera permanecer en su amor y su
perfecta belleza, pero aquellas criaturas (espíritu
racional) que no deciden permanecer en Dios serán
cobijadas por la corrupción, es decir se alejarán
de ellas la Bondad y Belleza de Dios.

Pero como es claro en la mentalidad cristiana, Dios en
su infinita misericordia está dispuesto a aceptar a
aquellas criaturas que se han alejado de Él y retornarlas
nuevamente a esa bondad y belleza de la cual gozaban. Esto lo
logran mediante el cumplimiento de una pena, conformando
así la justicia, porque es lo que corresponde al pago por
una falta cometida.

En cuanto a la belleza y orden del conjunto de las
demás cosas que han sido hechas de la nada, por tanto
creadas por Dios y que de Él han recibido la belleza y la
bondad; es decir, que son buenas en cuanto a ese orden y belleza
recibidos pero que ciertamente son inferiores al espíritu
racional; se mantienen puesto que en el orden temporal de los
seres existe una belleza relativa que aparece y desaparece;
sucede así, que los seres que perecen o dejan de ser no
desfiguran o deñan el modo, la belleza y el orden de su
conjunto; sino que dicha sucesión armoniosa de los seres
que se producen y se desvanecen mantiene el modo, belleza y orden
existentes desde su creación.

Además, es necesario aclarar en cuanto al castigo
por una falta o culpa cometida que es de inconveniencia del
juicio Divino y no del humano fijar o determinar la naturaleza y
gravedad de la pena a pagar por la correspondiente
falta.

Si se accede al perdón de los pecados mediante el
pago de un castigo es por Bondad Divina; y si se accede a
perdonar a los pecadores el castigo que merecen, es efecto de la
bondad infinita de Dios.

A esto hay que agregar la idea que la naturaleza resulta
más ordenada cuando sufre justamente en el castigo que
cuando se gloría impunemente en el pecado.

No obstante, la naturaleza siempre será buena en
cualquier circunstancia en la que se encuentre mientras conserve
el modo, la belleza y el orden. Pero dejara de ser buena si se
pierde el modo, la belleza y orden; porque en tal caso dejara de
existir.

Como pertenece al juicio Divino y no al humano
determinar la cualidad y cantidad del castigo por la culpa
cometida resulta certero resaltar la profundidad de la riqueza,
de la sabiduría y del a ciencia de Dios al determinar con
su justicia; regida por la eterna bondad que le precede, los
juicios y caminos para con su criaturas.

Y también que por la bondad de Dios son
perdonados los pecados a los arrepentidos-
reconciliándolos con el Sumo Bien- claro ejemplo de esto
se presente en la persona de Jesucristo enviado por Dios; el
cuál murió en la cruz por nosotros, no en su
naturaleza Divina, sino en la nuestra que tomó al nacer en
el seno de una mujer.

San Pablo ensalza en estos términos la Bondad de
Dios y su amor hacia los hombres: "Ahora bien, Dios nos
demostró su amor en que, siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros. Con mayor razón, ahora
que su sangre nos ha hecho justos nos libraremos por él de
la condena"[82].

Así pues, si todas las naturalezas conservan el
modo, la belleza y el orden que les es propio intacto, el mal no
existiría, pero si alguna quisiera destruir o corromper
estos bienes no por eso vencería la voluntad de Dios
puesto que Él sabe retornar su creación al estado
de bondad de manera que si ellas por su perversa voluntad
abusaran de los bienes naturales Dios por la justicia de su poder
sacará bienes de los males; ordenando rectamente su
creación por medio de castigos para los que se
desordenaron con los pecados y se alejaron de su bondad y
belleza.

Siendo así que nadie puede perjudicar a la
naturaleza de Dios, y también que la naturaleza de Dios no
infiere daño injusto a nadie y que no permite que ninguna
injusticia quede sin castigo. Por eso dice el apóstol:
"Quien cometa injusticia lo pagará, porque Dios no hace
diferencia entre las personas"[83].

La bondad de Dios es tal que logra perdonar las culpas a
los pecadores y para que cada una de sus criaturas retorne al
seno de su bondad y reconstruya los bienes generales destruidos
las expone al castigo con el fin de purgar sus faltas.

Dicho castigo no es impuesto por designios humanos, sino
que es el mismo Dios quien se encarga de imponer la cantidad y
calidad de sanción por la pena cometida permitiendo
así una purificación de su creación. A esto
vale recalcar que en Dios no hay ninguna clase de
corrupción puesto que Él es la Perfección
Absoluta y en Él la Bondad se encuentra en
plenitud.

No es decisión ni voluntad de Dios que su
creación se corrompa sino que son los mismo
espíritus racionales quienes eligen apartarse de Él
y dañar la bondad existente en ellos desde el momento en
que fueron creadas por Dios y les participó en cierto
grado esa bondad y belleza propia de su
creación.

Además es necesario recordar que en toda la
creación existe un orden que a pesar de que algunas
criaturas se corrompan o se separen de Dios no se deteriora
puesto que Dios mismo en su condición de creador y
único dueño de su creación puede en un
momento determinado retornar al orden inicial en el cual se
formaron todas las cosas de la nada.

En el contexto en que gira esta exposición San
Agustín arremete contra los maniqueos para hacerles ver el
error en el que se encuentra y buscar de esa manera que dejen a
un lado todas las impías blasfemias que exponían en
sus tesis y escritos.

Es necesario advertir que el maniqueísmo para
justificar su error defendía y enseñaban la
existencia de dos naturalezas: una buena, a la cual llaman Dios y
otra mala, que Dios no ha creado.

Arremetiendo contra esta secta San Agustín
justifica que una de sus mayores blasfemias contra Dios
está en el pensar que "es la mezcla de la naturaleza mala
la que hace que la naturaleza de Dios, que es esencialmente
buena, sufra o padezca grandes males, pues por sí misma no
puede y nunca hubiera podido
sufrirlos"[84].

Según esto, la naturaleza incorruptible ha de ser
admirada en el sentido que por si sola no puede inferirse
daño alguno y no porque no puede ser perjudicada por otra
naturaleza que difiera de ella.

2.5 EL DOLOR

San Agustín se refiere al dolor en varios
contextos y de varias formas: en primer lugar lo hace en cuando
al castigo que Dios impone a los adultos mayores que son padres,
al castigarlos con la muerte de sus hijos y, en segundo lugar, se
refiere al dolor que se hace presente en el hombre y los
animales.

Es una realidad humana saber que es imposible que haya
podido ser creado tanto el hombre como el universo, sin motivo
alguno, siendo así que ni la hora de un árbol hay
sido creada inútilmente, lo cual conlleva a pensar que
todas las cosas hechas por Dios en la creación tiene una
misión que cumplir mientras estén en esta vida
terrena.

En este sentido hay que pensarse que el dolor, es pues
parte de dicha realidad, que nace como consecuencia de la
misión, es decir, como proceso de purificación
porque en momentos determinados del cumplimiento de dicho deber,
el hombre puede llegara extraviar su visión hacia la
bondad y misericordia de Dios y alojarse en las garras del pecado
y la maldad, lo cual hace que por medio del dolor y los
sufrimientos lleguemos nuevamente a reconocer nuestras faltas y
errores y aprendamos a controlarnos.

Según la visión agustiniana los tormentos
que agobian a los hombres aparecen como castigo por las faltas y
pecados cometidos; es decir, el dolor es muestra del castigo
impuesto por Dios y como tal, medio de purificación para
que de esta forma se pueda retornar a la bondad que perdieron al
momento de caer en tentación y pecar.

Es por eso que San Agustín arremete con aquellos
hombres que cuestionan el dolor de los niños
pequeños que padecen algún sufrimiento y que por su
inocencia aun no conocen la corrupción del pecado
diciendo: "las almas que los animan no comenzaron a existir antes
que los mismos hombres, los lamentos suelen ser mayores y como
inspirados por la compasión"[85]. Cualquier
corrupción de las almas de estos niños es nula
puesto que el alma es trascendente y anterior a cualquier
naturaleza corpórea.

Agustín enfoca esta visión del dolor en un
inocente con la finalidad de Dios pretendiendo obtener
algún bien en la corrupción de los mayores al
castigarlos con los dolores y muertes de sus queridos hijos.
"Puesto que después que en los niños pase dichos
dolores será como si jamás los hubieran padecido,
puesto que su alma está libre de corrupción alguna
dada la pureza que los caracteriza". Mientras que los padres como
signo de advertencia ante la muerte y sufrimiento de sus
pequeños decidirán cambiar su terquedad y obrar
justa y rectamente, lo que los llevará la retorno de la
voluntad y bondad de Dios; librándolos de la
condenación eterna.

Pero si por el contrario a pesar de las aflicciones
dadas por Dios como muestra de su aceptación al cambio no
determinan vivir justamente, entonces, "no tendrán como
excusarse del castigo del último
juicio"[86]. Entonces el dolor en los hombres
adultos aparece como realidad purificadora y preventiva; es
decir, una forma de advertencia divina por la cual el hombre
logre cambiar su modo de proceder y comprenda que por su actuar
ha desagradado a Dios.

Pero es necesario aclarar que no todos los sufrimientos
y dolores son muestra del castigo ante la desobediencia de Dios,
puesto que hay hombres que nacen con padecimientos y deben
soportarlos toda su vida. Al respecto hay que decir que al igual
que en los niños pequeños, dichos sufrimientos son
muestra de la voluntad de Dios y de la ordenación del bien
en su criaturas, lo que hace que en el día del juicio,
tales espíritus no sean condenados por los sufrimientos
terrenales puesto que estos no fueron otorgados como castigo por
las faltas cometidas.

Todas las afirmaciones agustinianas acerca del dolor son
respuesta a "los calumniadores; estos hombres, que no son
precisamente ni investigadores ni diligentísimos de estas
cuestiones, sino charlatanes
embaucadores"[87].

Es así que a través del dolor que
experimentan las criaturas nos damos cuenta de la unidad que
existe entre Dios y su creación, puesto que como se ha
dicho el dolor es muestra de purificación y advertencia de
Dios para que las criaturas que están alejadas de su
bondad y amor retornen a Él.

Según San Agustín: "No hay cosa alguna, de
las que no experimentan ni dolor ni placer, que no llegue a la
perfección propia de su género o no consiga en
absoluto la estabilidad debida a su naturaleza sino gracias a la
unidad"[88]. En relación con Dios, todas la
criaturas están unidas a Él puesto que de Él
provienen y por Él fueron creadas, la perfección de
una naturaleza que no ha caído en las garras de la maldad
y del pecado; que por lo tanto permanece pura y sumisa a Dios se
alcanza gracias a la unidad que lo ata a su Creador.

Pero entonces respecto a las que sí sufren el
dolor dice San Agustín: "Tampoco hay ninguna entre las que
si sienten las molestias del dolor y los encantos del placer que,
al huir del dolor y buscar el placer, no dé a entender
suficientemente que huye de la descomposición y busca con
ansia la unidad"[89].

Si a esto le otorgamos una interpretación
alegórica podríamos decir entonces que el hombre
está inmerso en dos caminos por los cuales podría
optar: el primero es el del dolor; por lo tanto, la
desesperación y el segundo el del placer. Si huye del
dolor y se acerca a los encantos del placer demuestra su
necesidad de escapar de la corrupción de la maldad para
refugiarse en la unidad que lo ata con su Creador; a pesar de que
el placer en el cual busque refugio llegue a conducirlo
plenamente al encanto de Dios.

Una de las realidades que San Agustín deja en
claro es la existencia del dolor solo en las criaturas buenas:
"el mismo dolor, que algunos consideran como el principal de los
males, ya se dé en el alma o en el cuerpo, no puede
existir más que en las naturalezas que de por sí
son buenas"[90]. Y aclara: "En efecto, todo lo que
resiste al dolor rehúsa en cierto modo no ser lo que era,
porque era algún bien"[91].

En este mismo sentido vale la pena retomar la idea que
el dolor es muestra de la misericordia de Dios; que
valiéndose del castigo quiere retornar a aquellas
criaturas descarriadas que optaron por la figura del mal.
Mediante el dolor las naturalezas que lo sufren, o que lo
experimentan de algún modo, caen en cuenta que en el seno
de Dios, es decir en su bondad están bien y que al caer en
el error de escapar de Él necesariamente tiene que sufrir.
Necesitando así la purificación otorgada por el
dolor para retornar a la bondad anterior de la cual
escaparon.

El dolor también cumple su función y tiene
una finalidad específica[92]el dolor es
útil cuando fuerza a la naturaleza que la sufre a ser
mejor; es decir, a retornar a la bondad infinita de Dios. Pero si
por el contrario la conduce a ser menos buena, entonces el dolor
es inútil.

San Agustín[93]dice que la
resistencia de la voluntad a un poder superior produce el dolor
en el alma, y que la resistencia de los sentidos a un cuerpo
más poderoso lo origina o casa en el cuerpo.

También debemos decir que hay males en la
realidad de las criaturas que son mucho peores sino producen
dolor, "porque peor es alegrarse de la iniquidad que dolerse de
la corrupción"[94].

Por eso, hablando de la corporeidad de las criaturas es
mejor la lesión o herida con dolor que la
putrefacción sin dolor, que propiamente se llama
corrupción. Es por eso que en la Escritura se lee: "No
dejarás que tu Santo experimente la
corrupción"[95]. Porque Jesús no
experimento nunca dicha corrupción según lo aclara
San Agustín.

La corrupción en el alma aumenta a media que va
disminuyendo en ella el bien. Pero si el bien fuese totalmente
destruido o aniquilado; entonces, no permanecería
naturaleza alguna, porque no habría ya nada que pudiera
sufrir la corrupción, y así ni siquiera
habría corrupción, porque faltaría el ser en
el cual pudiera darse.

El bien en el
hombre y en el mundo

3.1 EL BIEN Y EL MAL

Son dos realidades completamente opuestas a las que el
hombre debe enfrentarse en las decisiones para la vida,
encaminadas a la búsqueda de su felicidad y bienestar;
estas son: lo que es bueno y lo que es malo.

Si pensamos tanto el bien como el mal, están
inmersos en el mundo y por consiguiente en el entorno humano. Con
lo bueno el hombre, vive unido a su Creador, a sus semejantes y a
la demás creación que como ya es sabido ha sido
puesta a disposición del hombre.

Con el mal, el hombre no solo se aleja de Dios, sino de
su bondad y por tanto corrompe la bondad que por ser criatura de
Dios posee desde el momento de su creación. Cuando se
acepta el camino de la maldad se admite un sinnúmero de
consecuencias para el hombre o para cualquier criatura que
así lo desee vivir.

Con el mal en el mundo, no solo se corrompe el bien,
sino que se cae en el pecado; es decir, en el alejamiento de Dios
y en la corrupción.

Tanto el bien como el mal son realidades que afectan la
parte física y moral de las criaturas. El bien
físico hace referencia a aquellas cosas que poseemos, que
son nuestras y que sirven de base para llenar un espacio de la
felicidad terrenal que necesitamos, esto es una casa, el vestido,
etc.

El mal físico, está referido a una
dolencia corporal, por ejemplo o tal vez, la frustración
de sus deseos naturales, las situaciones límite como:
enfermedad, accidente, muerte, etc.

Cuando hablamos de bien moral, necesariamente nos
referimos a la conducta moral humana; esa sintonía que
caracteriza el ser criaturas de Dios, cumplir su voluntad, vivir
en comunión con el resto de la creación y con los
semejantes. Los bienes morales completan y llenan a plenitud esa
continua búsqueda de la felicidad: la paz interior, el
amor, la misma felicidad, etc.

El mal moral aparece desde el momento en que Dios crea
al hombre como ser libre, por esta misma razón es que el
hombre cae en el pecado, y con esto no quiero decir que Dios haya
hecho libre al hombre a propósito para que pecara y
así poder castigarlo; no, Dios en ningún momento
quiso el mal moral, en este caso, el pecado para sus criaturas,
pero permitió que existieran, con el fin de poder alcanzar
un bien aún más grande de modo que el hombre
pudiera ser libre y así amara a Dios también de una
forma libre y voluntaria, de tal modo que esto sea fruto de su
propia elección.

Es por eso que nos dedicaremos a profundizar estos
aspectos en el pensamiento agustiniano, teniendo presente las
realidades que invaden al hombre como lo son: el bien y el mal,
pero no por eso perdiendo de vista que toda esta
exposición gira en torno a la naturaleza que San
Agustín demuestra del bien y que gira entorno al
único Sumo Bien, verdadero como lo es Dios.

3.2 TODOS LOS BIENES PROCEDEN DE
DIOS

En el capítulo XII del Tratado sobre la
naturaleza del bien
[96]San Agustín
arremetiendo contra los maniqueos advierte que si estos al
admitir la existencia de una naturaleza que no ha sido creada por
Dios, quisieran reflexionar sobre todas estas consideraciones,
tan claras y ciertas, no pulularían en blasfemias tan
horribles como el atribuir al sumo mal tantos bienes y a Dios
tantos males.

Para corregir su error Agustín escribe que les
bastaría darse cuenta que "el bien no puede proceder sino
de Dios"[97]. Por lo que sería absurdo que
los grandes bienes provengan de un principio y de otro muy
distinto los pequeños; puesto unos y otros, grandes y
pequeños, tienen su origen en el Sumo y Soberano Bien, que
es Dios.

Dios es el principio de todos los bienes en particular,
grandes y pequeños. Se ha hablado ya de estos bienes, pero
entonces ahora enumeremos cuantos bienes nos sea posible y que
dignamente podamos atribuirlos a Dios como a su autor, y
observemos si fuera de ellos queda alguna naturaleza.

Partes: 1, 2, 3
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